Aunque mi alma -un desierto sediento de ilusiones-
no pide su derecho de juventud y amor,
sólo te imploro en calma, por mis renunciaciones,
deja que corra mansa mi juventud en flor.
Tú me diste dos almas; la una, de diamante,
los golpes de la vida bien puede soportar;
pero me diste otra alma, soñadora y amante,
y de pasión, a veces, me siento desmayar.
Son los mejores años de mi existencia, y muero...
-tronchadas ilusiones que pueblan el vergel-
Juntaste un cuerpo frágil con un alma de acero...,
¡pusiste alma de roble en cuerpo de clavel!
© Elvira Lascarro Mendoza.
lunes, 1 de junio de 2009
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